Querido Darío:

Querido Darío: Lloraba, lloraba y lloraba, era un llanto desgarrador, algo que nunca había oído, salí despavorida de mi cuarto a la sala y ahí lo ví, en un rincón oscuro, entre la mesa y el sillón, lágrimas corrían por su mejilla, con una expresión de infinita tristeza, eran la una de la mañana, todo estaba oscuro debí acercarme para saber quién era, ¡oh Darío! ¡Eres tú! Cuanta sorpresa, que alegría, pero, ¿qué haces aquí? ¿Cómo entraste a mi casa? Después de tantos años, después de tanta soledad, ¿cómo me encontraste? Darío era mi amigo de la infancia, la mejor persona que conocí, pero un día, sin decir adiós, desapareció por completo. No dejó una nota, ni un recado, no tenía donde conseguirlo porque jamás conocí a sus padres, él era mi amigo, siempre iba a mi casa, conocía mucho de él, pero yo jamás supe nada de su vida y no me importó. Aún lloraba escondido en el rincón, pero mi sorpresa fue mayor cuando ví que no había envejecido como yo, él aún se mantenía como el niño perfecto de mis recuerdos. Darío volví a llamar, ¿por qué lloras? ¿Por qué estás triste? Me olvidaste- contesto- pero aquí estoy de nuevo para ayudarte. ¿Pero por qué lloras? ¿Con qué me ayudarás? Pregunté asustada. De los demonios que te mantienen aquí, me dijo Darío. Yo aún incrédula, no entendí lo que me dijo mi amigo, estaba feliz de volver a verlo, han pasado muchos años le comenté, y él me dijo abre los ojos, abre tu mente, y dame la mano. Por un instante dudé, no quise tocarlo, me parecía mentira que aún fuese un niño, el insistió, con una suave voz y con su olor a guayaba que siempre me gustó me alcanzó a decir dame la mano y dejaras de sufrir... No lo pensé más y lo sujeté de la mano, me dijo estás muy fría, pero tranquila a donde irás ya no sentirás este frío, y los demonios te dejarán en paz. Me sorprendió mucho su afirmación, siempre soñé con unos terribles demonios que asolaban mis sueños. Seguí caminando junto a él, hacia un lugar iluminado que jamás noté de mi casa. Caminé unos pasos y me detuve un momento, giré mi cuerpo y miré todo, no reconocí mi casa, pero ahí me ví, acostada, envejecida y desamparada, acostada en una camilla, atada de manos y pies, sin haber vivido ni un día de mi vida, desde los 8 años en lo que creí mi hogar, no era más que mi psiquiátrico, al observar todo comprendí, que jamás Darío me abandonó, sino que viví dormida hasta ese momento, mi corazón se fue deteniendo poco a poco a medida que yo avanzaba por donde me llevaba Darío, al final del camino, fui feliz y mi cuerpo por fin dejó de vivir.

Comentarios

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

¡Yo no me quería ir, ellos me obligaron! Breve historia de una migración forzada.

Francis