Chinatown

Anduve vagando un día sin nada que hacer, muriendo de melancolía, me fui caminando hasta las profundidades de la ciudad, por callejones que desconocía y viendo gente extraña y niños llenos de alegría. Hasta que de pronto todo era rojo, amarillo y dorado, colores llamativos olores repulsivos provinientes del pescado fresco.
Había caminado tres decenas de calles sin percatarme de dónde había parado. Miró hacia al frente y todos me parecían muy similares, ancianos sentándos en una banca recostados de la pared usaban pantalones de lino marrón desgastados y camisas blancas manchadas por los años, remangadas hasta los codos y un sombrero gigante de alguna especie de palma, delgados y pequeños de tamaño, las señoras cabizbajas respetando la importancia del patriarcado.
Por ahí iba yo caminando, mirando huevos milenarios de patos, fruncidos en vinagre y tofu curtido en jarros. Fetos de animales envasados, raices y ramas que curan desde la impotencia sexual, hasta el cáncer. Callejones estrechos, me abrumaba la cantidad de personas que allí se encuentran. Variedades increíbles de olores y perfumes. Jóvenes mafiosos en las esquinas de las calles, vendiendo opio de contrabando y custodiando pequeños negocios a los que les exigen un pago por "protección".
Tiendas llenas de antigüedades, con inciensos encendidos y ofrendas al maestro Buda, fotografías de los antepasados y algunos retratos escondidos de Mao.
Ahí iba yo, caminando, observando y pensando que era lo que estaba buscando. Una piedra de jade parpadeaba, llamaba mi atención, le pregunté a un anciano que parecía tener mil años, sí vendía esa piedra y me respondió que jamás, era su amuleto y llamaba a los clientes a su recobeco, apenas entendí lo que dijo, casi no hablaba mi idioma y yo no sé ni una palabra de su lengua. Allí me mostró un cuarzo rosado, traído de una montaña cercana al Tíbet.

Habían sonidos extraños, algunos gemidos de animales encerrados. Compré el cuarzo por una moneda, él me pidió lo que tenía en el bolsillo, y sólo era eso una moneda vieja, así salí de la tienda, voltee mi mirada a despedirme del anciano milenario y me dijo: ve en paz, encontrarás el amor una tarde de domingo, tú hogar en una sonrisa, camina y no te detengas, este no es tu sitio. Así me alejé con una mirada de asombro, encontré lo que no buscaba. Caminé algunos metros más y me conseguí una pared de ladrillos rojos vivos, pasó a mi lado un dragón lleno de petardos y brillos, jóvenes danzantes y una algarabía se desataba, fuegos artificiales y olor a pólvora había en ese callejón.
Ví la fiesta, pero la multitud me arrastró a otra calle donde no había nada, ni olores, ni colores , ni sentido, di vueltas en círculos, hasta que regresé a una calle conocida llena de autos y gente común, quise regresar al lugar que había visitado.
No hay coordenadas, no hay en la ciudad un punto a donde volver, era magia y secretos, sabiduría y conocimientos. Era un barrio chino ambulante... Ahí desperté de mi letargo, en un hotel desconocido, con un cuarzo rosado en la mano, y una sonrisa en mis labios.


Comentarios

  1. Espectacular, el tipo de literatura que me atrapa...

    ResponderBorrar
  2. Hola, Mariangel
    Mi nombre es César, gracias por tu comentario en la plataforma social "Bloguers.net", mi seudónimo es: Blogsman.

    Me di a la tarea de seguirte en tus redes, esperando crear excelentes lazos de amistad, te envío mis mejores deseos. Saludos

    ResponderBorrar
  3. Hola César, gracias a ti por tomarte el tiempo necesario para leer y escribir... Sigue creando y creciendo. Te seguiré con gusto.

    Saludos!

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

¡Yo no me quería ir, ellos me obligaron! Breve historia de una migración forzada.

Francis